Las elecciones primarias se convirtieron en un sismógrafo del humor social. Le pasó a Macri y ahora a Alberto Fernández y a Cristina Fernández de Kirchner. La enorme distancia entre quienes tienen el poder y los problemas reales.
Por Damián Fernández Pedemonte
Las PASO se han transformado en un ritual performativo. ¿Qué quiere decir eso? Al igual que en el año 2019, el resultado de las Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias del pasado domingo 12 de septiembre ha provocado un sismo político. En 2019, al imponerse Alberto Fernández por una diferencia de 15 puntos sobre Macri, los operadores del mercado reaccionaron con histeria (se devaluó el peso en un 30% y las acciones argentinas cayeron en el orden del 38%) y los actores políticos con exabruptos (cabe recordar la conferencia de prensa del entonces presidente en la que responsabilizó de esa reacción de la economía a la mala elección de la población). Lo que ocasionó aquel sismo fue la sorpresa entre los decisores: el traumático contraste entre la realidad y las expectativas. Este año “la derrota electoral en elecciones legislativas sin precedentes” del peronismo, como la describió en su carta Cristina Kirchner, provocó reacciones comunicacionales destempladas en el oficialismo, como los extensos audios privados insultando al presidente de la diputada del Frente de Todos, Fernanda Vallejos, y la carta de la expresidenta emplazándolo a modificar su gabinete, relanzar su gobierno o, de algún modo, quebrar la coalición.
La escena se repite: los oficialismos entran en shock y sus primeras reacciones desencadenan una crisis. Muy grave la que está en curso porque pone en jaque la autoridad del presidente en la coalición de gobierno en el momento más crítico de su gestión. Por eso las PASO se han transformado en un ritual performativo: sus resultados tienen efectos institucionales. Ellas mismas son un evento comunicativo de primer orden. Por mucho que los periodistas, encuestadores, y analistas políticos de panel televisivo quieran mostrarse como no sorprendidos con los resultados de las elecciones y por mucho que quieran hacernos creer que el comportamiento electoral era previsible y atribuir las diferencias entre sus mediciones o comentarios previos y la realidad a cuestiones coyunturales, lo cierto es que las últimas PASO han sido eventos disruptivos, detonadores de crisis.
Sugiero ampliar un poco el angular para permitir alguna reflexión más distanciada y atenuar el efecto sorpresa. No sabemos el detalle de la activación de la actual crisis de gobierno: la intencionalidad de las filtraciones o la existencia de operaciones de prensa; mucho menos podemos predecir sus efectos. Como ha tuiteado mi colega Mario Riorda: “No sé es una buena respuesta para quienes preguntan qué puede pasar”. La imagen del sismo es oportuna: la sismología trata de analizar procesos más amplios para arrimarse más con sus pronósticos. Lo que está sucediendo con las PASO es que operan como una gran consulta sobre la percepción de la población sobre la gestión de gobierno. El shock se produce cuando se advierte que las agendas, prioridades, narrativas del poder no coinciden con los problema y urgencias de las mayorías. A los castigados por la pandemia, la desocupación, la caída del salario real, la inflación, la inseguridad seguramente lo que les sorprende es que el gobierno se sorprenda del resultado. En elecciones de medio término esto significa un misil bajo la línea de flotación al proyecto del poder, ya que para Luciano Elizalde una crisis se puede definir como un cambio real en el equilibro de poder.
Las PASO se han transformado en un instrumento de medición del grado de cercanía o lejanía del poder con las preocupaciones del pueblo. Tiene dos momentos contrastables: la creación de expectativas y la comparación con las percepciones de los ciudadanos. El evento es construido socialmente y su significado ha mutado en los últimos años. El sistema mediático-digital ha hecho que intervengan más actores en la construcción del ascenso y la caída de las expectativas: políticos, celebridades, periodistas, encuestadores, analistas, operadores de mercado, líderes sociales y religiosos, sectores industriales, instituciones sociales, militantes, activistas de las redes sociales. Ese sistema ha hecho también que la distancia entre la esperanza y la frustración se achique y que los procesos de crisis de aceleren.
Si toda crisis política tiene que ver con el poder, toda crisis argentina de los últimos años tiene que ver con Cristina Kirchner. Su carta pública demuestra que sigue influyendo más que nadie en la agenda política, que su relato es consistente y su poder simbólico potente. Sin embargo, al atribuir toda la responsabilidad de la derrota electoral al presidente, soslaya el hecho de que las PASO también cuestionaron su poder real, ella antes que nadie perdió en Buenos Aires y en Santa Cruz y perdió el quórum en el Senado. La Cámpora perdió sus bastiones en el conurbano. Es evidente que si se fugaron votos hacia Juntos por el Cambio o los libertarios fueron los más antikirchneristas.
Las PASO se han convertido en su sismógrafo para medir el desajuste entre la superficie de la política y las placas tectónicas de las demandas y las emociones de la sociedad, que miradas con cierta distancia no son tan caprichosas. También en un dispositivo que replica los sismos, cuando el mundo autorreferencial de la política no vuelve a acercarse pronto al mundo de la vida cotidiana de las mayorías desalentadas.