Desde el año pasado firmo, como director de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral. una columna para MDZ OnLine. Entremedios, se publica todos los domingos, y la comparto con profesores de la EPC. Releyendo las de este año, encuentro un aire de familia en todas ellas, una crónica al ras del aire viciado con el que nos encuentra la pospandemia.
En «Comprender a los pequeños dictadores» vinculaba la película «Munich en víspera de una guerra» (Schwochow, 2021), estrenada en Netflix en enero de este año, con la reciente lectura de Hablar con extraños: por qué es crucial (y tan difícil) leer las intenciones de los desconocidos, del periodista Malcolm Gladwell. En ambos textos se alude a la gran ingenuidad de Chamberlain que creyó ganarse la confianza de Hitler al firmar el acuerdo que no hizo sino precipitar la guerra. La conclusión del articulo es que el liderazgo consiste en la empatía y la escucha. «Pero un líder también es alguien que sabe decir que no, poner límites y, si hace falta, oponerse con firmeza a los pequeños hítleres que cada vez con más frecuencia encontramos en la política, en las empresas, en las redes sociales (y aún nuestra propia casa)».
A ese tipo de pequeños hítleres hace referencia la columna «Desactivar las minas del discurso público», publicada la semana siguiente, que reseña varios episodios de violencia verbal esgrimida de un lado y otro de la grieta. Por Milei y contra Milei: «Esa cara de nazi que tiene», dijo sobre él Pato Fontanet y él que iba a denunciarlo por banalización del holocausto. De Viviana Canosa contra L-Gante y al revés. Ella etiqueta prejuiciosamente a los seguidores del cantante, él responde calificándola de «malco» y ella, a su vez, que lo iba a denunciar por violencia de género.
Los enunciadores de esos discursos no son todos políticos, sino también periodistas, celebrities, pero todos son actores políticos en el escenario público mediático-digital. El formato discursivo elegidos es el del escándalo, propio de programas de chimentos sobre peleas en la farándula. Y las redes sociales han ampliado la cantidad y el volumen de las voces. «Los protagonistas de estas controversias se caracterizan por la agresividad, el ego, la falta de argumentos. Consciente o inconscientemente termina reduciendo el espacio público a una cuestión de peleas personales».
También vinculaba este clima a la dialéctica que se está dando en el mundo desarrollado -y también en Argentina- entre el discurso de odio y la cultura de la cancelación, que casi servirían para agrupar a la derecho conservadora y a la izquierda identitaria, nuevos polos de la opisición derecha-izquierda en el espectro cultural. Debate recargado por las perspectivas que abre la adquisición de Twitter de parte de Elon Musk.
La siguiente columna: «El discurso feminista oficial y la violencia» sigue ese hilo argumentativo a propósito de las expresiones de la ministra Gómez Alcorta sobre la violación grupal de una joven el 28 de febrero en Palermo, dirigido más a dirimir una interna del movimiento feminista que a condenar el delito y solidarizarse con la víctima de este y otros casos de delitos sexuales. «Una parte del movimiento feminista argentino aparece ante la opinión pública como autorreferencial, fragmentado y contradictorio. En materia de prevención y lucha contra la violencia ese sector parece más interesado en fijar posición y dirimir internas al interior del mismo movimiento que en alcanzar consenso sobre políticas públicas. Es militancia feminista que tiene como destinatario de su discurso a la propia militancia feminista, lo que puede tener como consecuencia alejarse más y más del público externo al que tendría que sensibilizar y persuadir».
La reflexión sobre estos episodios violento continua al hilo de varios videos aparecidos en los medios los días siguientes: uno muestra a una mujer tirando muestra a una mujer tirando piedras contra un colectivo demorado. Otro, los destrozos en un registro civil ocasionados por una señora, alterada por la tardanza de unos trámites para su madre. Un tercer video expone los insultos y botellazos de pasajeros del tren a un automovilista que intentó cruzar las vías con la barrera baja y chocó con la formación, saliendo ileso, pero deteniendo el viaje. Mientras tanto, en Twitter, los memes se encarnizan contra el inglés del Canciller, quien contrarresta insultando en inglés por radio a un famoso periodista.
A la luz de la lectura del libro de la lectura del último libro de Eric Sadin, La era del individuo tirano. El fin del mundo común, en «El invididuo desaforado o la privatización de la protesta» leo estos episodios como una evolución de la fragmentación de la protesta social, de una cultura de la indignación personalizada. «Yo» me siento con derecho de protestar contra la dirigencia, contra el sistema, porque soy «yo» quien se siente postergado, ignorado, maltratado. La comunicación política debería estar atenta a esta atomización de la rebeldía en los primeros pasos de la pospandemia, tan lejos del compromiso con lo común y con la reconstrucción de un proyecto colectivo que ansiamos. Como contrapunto estas columna sobre la violencia mediática que inocula nuestro mundo de la vida, otras notas hacen referencia al esfuerzo que están haciendo muchas organizaciones para reconstruir un nuevo bienestar tras la pandemia: «La vuelta a la oficina en un mundo híbrido», «Expansión de la comunicación en las organizaciones híbridas» o «El poder comunicativo de los introvertidos», entre otros temas.
Cuánto se separe la exasperación del discurso público y la violencia simbólica de los intentos privados de restablecer cierta armonía y de las demandas cotidianas de no violencia, podría ser un factor determinante en la elección de opciones políticas en el futuro inmediato.